TERCER VIENTO: LA CALMA QUE SE ARREMOLINA
Se acercaba a mí con sus brazos llenos de mangos. Tan repletos iban que uno escapó, quizás celoso de compartir sus escuetos brazos. Ella paró y miró el mango sobre la roja tierra vestida de brillante verde. Luego miró los mangos abrazados, evaluando el nervioso equilibrio que los sostenían entres sus brazos. Vigilándolos, sosteniéndolos con su intensa mirada, se agachó doblando sus rodillas. Movió con cuidado sus brazos para poder liberar el derecho. Sin doblar su espalda estiró el brazo liberado en una búsqueda a tientas del mango caído. Cayeron dos mangos más. Ella se paralizó. Su brazo derecho regresó al abrazo que sostiene. Se irguió con cuidado y me miro fijamente. Continuó su cuidadoso avance.
Evadí la intensidad de su mirada fugando mis ojos a sus brazos. Y me di cuenta de que estos iban menguando, que todo su cuerpo lo hacía… y los mangos caían… y ella no detenía su avance, ella se concentraba en lo que podía sostener, y en no apagar el fuego de su mirada.
Mujer, moça, garota… ya menina llegó hasta mí, y me ofreció el hermoso mango naranja que sostenían sus pequeñas manos. Yo tallé sobre el todas las palabras que pudo juntar mi entendimiento, y tanto fue este entendimiento que al final solo quedó la gran semilla. Sin más palabras, sin más alimento, me tocaba aprender a cultivar aquella semilla de mango. Su mirada, fogosa, enigmática y exigente quedó prendida de mí.