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Acto 4. PUSE UN HUEVO

Y todo empezó con un desencanto y un irme a caminar, que es lo que realmente hago cuando escribo, caminar, a veces por lugares nuevos, otras por sendas ya conocidas, pero siempre a la espera de que pase algo nuevo e inesperado. Y ahora me encuentro en una situación comprometida, de la que no sé muy bien cómo salir. En frente de mi tengo a un lagarto impertinente que ni después de habérmelo comido desaparece de mi vida. Y lo peor es que le debo el agua que esta vez me salvó de la muerte. Aunque fuera su venenosa carne la que me llevó a estar a punto de alcanzar esa muerte, la decisión de comérmelo fue mía, así que encima no lo puedo culpar. Maldito e impertinente lagarto resabiado.
-Me debes 104 años de tu vida, después podrás marchar del desierto. Me dice el lúgubre lagarto, ¿y qué hago?. Pues estoy 104 años de mi vida allí con él, aprendiendo todos los secretos de ese desierto, viviendo las más épicas y esotéricas aventuras, en los que llego a pasar, de verdad, por cada uno de los estados matéricos posibles, y alguno que otro más que no alcanzo a explicar con palabras. Fui pacificador de la guerras intelectuales entre nopales, tuneras y chumberas (nunca vi derramar tanta sabía en el diálogo). Pero también provoqué las guerras de ensoñación entre las 15 tribus de los lagartos (15 tribus de lagartos, imaginaros mi disgusto, como no los voy a echar a pelear), Me enamoré 104 veces de la misma idea, y las 104 veces me partió el corazón. Otras 104 veces le rompí yo el corazón a otra idea que andaba suspirando tormentas por mí. Escribí lo más imponentes poemas en un mano a mano con una Nefertiti de cartón piedra, haciendo equilibrios a un pie sobre las pirámides invertidas de por encima de las nubes, que es donde mejor se escriben poemas imponentes. Convertí el desierto en un vergel de crasas y después lo desequé de tanto que lo mimé con mi emocionadas lágrimas, que no fueron de cocodrilo. En cambio de cocodrilo fueron las alas con las que volé por debajo de la arena en busca de la fuente de la perenne estupidez. ¿Y porqué buscaba tal cosa? Pues ni recuerdo, estaría aburrido, y cuando se está aburrido o se hacen estupideces o se obran los mayores milagros. Como aquella vez que conseguí callar al impertinente lagarto. Craso error, ahora entiendo el refrán ese que anuncia que: del milagro a la estupidez solo hay que dejar pasar el tiempo. ¿Y qué pasó?, que no pasó nada en los siguientes 52 años que me quedaban en ese desierto. Y eso fue muy aburrido.
Pero el día que cumplí los 104 años en el desierto puse un huevo, y me temí que del huevo saliera un lagarto, pero solo salió un aire cargado de palabras, de estas palabras. Y fue esa brisa la que me sacó del desierto y me devolvió a mi taller, donde suspiro por algún día ser capaz de plasmar todo lo que allí viví. Eso los días pares, en los impares suspiro por convertirme en aire.

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OVO, huevo, relatos, lagarto

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